En un frío día de invierno, mientras caminaba rumbo al trabajo, encontré a una pequeña gatita naranja acurrucada en un callejón. Temblaba de frío y tenía el pelaje sucio y enredado, pero sus ojos reflejaban algo más que miedo: una historia de dolor y lucha. Decidí llamarla Mandarina, por su color vibrante y la esperanza de una nueva vida que merecía tener.
Cuando la llevé al veterinario, confirmaron lo que temía: había sufrido heridas graves, probablemente a causa de una pelea callejera. Una infección severa comprometía su salud, y su ojo estaba en un estado tan crítico que no podía salvarse. Necesitaba una cirugía urgente.
Con ayuda de personas solidarias que apoyaron su recuperación, Mandarina fue operada y poco a poco comenzó a sanar. Su espíritu luchador nunca decayó, y a pesar de haber perdido un ojo, se adaptó rápidamente, demostrando que su fortaleza iba más allá de cualquier limitación.
Cuando estuvo lista, llegó el momento de encontrarle un hogar definitivo. No fue fácil dejarla ir, pero sabía que merecía una familia que pudiera darle toda la atención y amor que necesitaba. Por suerte, una familia maravillosa decidió adoptarla, y hoy Mandarina vive tranquila y feliz, disfrutando de la vida con la seguridad y el cariño que siempre debió tener.
Su historia no es solo la de una gatita rescatada, sino la de una luchadora que nunca se rindió. Y aunque su camino no fue fácil, ahora puede disfrutar de una vida llena de amor y cuidado, como siempre debió ser.
1 comentario
Que bonitas acciones tomas hacia estos seres sin voz…
Mis mejores deseos para usted y su proyecto
Saludos desde Monterrey