En medio del caos y el abandono de la fábrica, donde durante mucho tiempo solo podíamos rescatar a los más graves, a los que apenas respiraban, Lucho representa algo distinto. Representa un cambio, un nuevo comienzo, una decisión firme: no esperar a que se rompan para intentar salvarlos.
Lucho no tenía heridas visibles. No agonizaba. No mostraba signos de estar en estado crítico. Pero eso no significaba que estuviera a salvo. Porque en ese lugar, ningún gatito está realmente a salvo. Las infecciones, los virus, el frío, la desnutrición y el miedo son enemigos invisibles que pueden atacar en cualquier momento.
Por eso, cuando lo vimos, decidimos no esperar. No podíamos seguir posponiendo rescates hasta que fuera demasiado tarde. Con Lucho, el plan fue distinto: rescatarlo sano, antes de que el abandono hiciera lo suyo. Y lo logramos. Lo sacamos sin complicaciones, con rapidez, y lo llevamos a revisión veterinaria.
El diagnóstico fue claro: estaba sano. Su cuerpecito no presentaba signos de enfermedad, su energía estaba intacta, y su mirada, aunque algo desconfiada, decía que aún creía en el mundo.
Hoy, Lucho está estable, feliz y en espera de una familia. Es parte de este nuevo capítulo que estamos escribiendo en la fábrica: uno en el que no solo curamos, sino también prevenimos. Uno donde cada vida vale desde antes de que esté en peligro.
Lucho fue rescatado a tiempo. Y eso también es una victoria. Porque salvar no es solo remediar, también es anticiparse, proteger, apostar por el futuro antes de que llegue el dolor.
Y ahora, Lucho solo necesita eso que todo ser vivo merece: un hogar donde nunca más vuelva a correr peligro.